lunes, 11 de julio de 2011

Love


Perdida en su cuerpo, anda la persona de aquel que algún día fue alguien, que antaño actuaba, sentía, respiraba y soñaba por su propio ser. Porque ya no existe luz sin sombra, ni mundo sin nada. Se empeñan en no ver mas flor que el narciso de delante, ni más agujero que el ano de Cupido, pues todo lo que puede salir de ahí es un empalagoso excremento sabor mermelada.

El miedo a perder una vida que ya perdieron les hace volcarse en satisfacer el odio que se procesan hasta límites de peloteo. La soledad que se sufrirá al final del túnel se ve compensada con una vida de caricias, pero no saben que por sobar demasiado la misma rosa se marchitó antes.

Y es que lo llaman amor, pero ya no es más que el engaño a la soledad, la locura de la razón, una soga al sueño adolescente y de la juventud.

Pues este desvarío se publicita desde que apenas contamos unos años con los dedos de la mano. En películas y en televisión se observan príncipes azules que no bajan de la ingeniería aeronáutica y del millar de flexiones diarias y princesas que de milímetros entre hueso y piel demuestran la falta de inteligencia del hecho de tomar manzanas de desconocidos, en ambos casos contamos que evidentemente no hay persona si no hay una alagadora cuenta bancaria detrás de ella.

Y aquí andamos en un mundo de zombies emparejados según los litros de botox y silicona que compongan sus demacrados cuerpos, sin ojos para verse en el espejo, sin oídos para escuchar su alma en pena y sin olfato para oler su propio estado de putrefacción.

Y en esto se basa hoy en día el amor, en los negocios, en la necesidad de las personas por ser admiradas por su físico, en el miedo a la vejez solitaria. Pues Cupido se ahoga entre fajos de billetes y almas errantes. Entre nubes de corazones no se puede ver el sentido de procreación y gozo de la vida que reside en el sexo.

Y es que lo llaman amor, cuando ponen delito a su encarcelamiento.

sábado, 9 de julio de 2011

A Escasos Centímetros

Me pellizco, pero no despierto, cierro los ojos, pero no me duermo. Son las diez y cuarto, o al menos eso era cuando me tiré del puente hace unas horas. Estoy suspendido a escasos centímetros del agua con una roca atada al pie y todo se ha parado, ya no siento el aire ni oigo el sonido del río, enmudecieron las cigarras y los coches ya no pasan por el puente. A pesar de este repentino fallo temporal, mi corazón late despacio, como cuando salté, seguro de lo que en ese momento estaba haciendo.

"¿Qué ha pasado?, ¿Por qué no acabo de una vez con esto?, señor déjame acabar con mi sufrimiento que ya pocos latidos quedan para que mi alma atormentada descanse contigo" Pero por más que rece el tiempo no se mueve y delante de mi sigue el mismo inocente pez petrificado. A mi derecha se encuentran las lágrimas de mi familia que todavía se encuentra arriba. Sin embargo me asombra descubrir algo en el reflejo del agua: mi familia no está arriba, sino suspendidos en el aire detrás de mi.

"¡Yo no quería esto!, ¡Yo quería que siguiesen con su vida!, joder... que he hecho..." Mis lágrimas salen, pero no caen, se quedan recordándome lo trágico que iban a ser mis últimos segundos con vida.

Pero de pronto se empiezan a meter, el agua vuelve a las montañas, los peces nadan marcha atrás y yo me empiezo a elevar, junto con las lágrimas de mi familia. El mundo empieza a rebobinarse cada vez más rápido, me meto en el coche y persigo marcha atrás a mi familia que va en el de mi madre. Llegamos a Madrid en pocos segundo y cada uno vuelve a su puesto en la cena. Mis padres con mi hermana en el salón y yo en el baño poniéndome hasta arriba de coca. Ahora todo vuelve a la normalidad, pero ya no discutiré con mis padres porque me han visto unos polvos en la nariz, ya no volveré a pegar a mi hermana por defenderles, ya no cogeré el coche de mi padre y , sobretodo, hoy ya no saltaré.