Es un mundo demacrado, vacío, oxidado. De un aire rojizo y pesado
que asfixia la vida. Una lluvia ácida y viscosa disuelve los tímidos brotes de las
plantas, excepto del baobab, que ahora reina sobre el vasto territorio hasta
donde alcanza la vista. El agua no fluye, se estanca atrapando toda la suciedad
de la atmósfera, que le da un tono rosa grisáceo. Sus habitantes, que visten el
mismo atuendo azul brillante, hablan en porcentajes y cuentas. Nunca debes
preguntarles por la otra cara del planeta, pues su cabeza les explotará con tal
violencia que quedarás sordo al instante. Tras limpiar un trozo de los sesos de
uno de aquellos individuos que se había pegado a mi mejilla, decido investigar
que había al otro lado que podía ser tan perjudicial para aquellos seres tan
perjudiciales. Me dejo llevar por una corriente de aire hacia el horizonte.
Descenso lento en espiral al borde del planeta, dejando
atrás aquel paisaje desolador, donde las sirenas de la lógica no son capaces de
encontrarme. Allí donde termina el raciocinio y empieza la locura del artista. No
distingo nada salvo una enorme caída a una estrella que atraía al astro. Un afortunado
tropiezo hace que caiga y me quede colgando de la otra cara. Allí
pude encontrar, alzándose con la majestuosidad de un ejército de gigantes, las raíces
de los baobabs. En la punta de muchos de aquellos colosos se encuentran taladrados
los cadáveres de las gentes de aquel mundo. Se erigen sobre lo que antes pudo
ser una bella ciudad, pero con el tiempo me doy cuenta de que había un río, una
cordillera a lo lejos, pastos, restos de bosques… rendidos ante los nuevos
habitantes vegetales. El reino de los baobabs había dominado cada rincón de lo
que parecía la cara próspera del planeta.
Desconcertado, reuno las suficientes raíces como para
construirme unas escaleras que me lleven al astro más próximo. Allí, un
superviviente de aquel mundo se encontraba en cuclillas, escondido de la visión
de su antiguo hogar. Tras preguntarle por el apocalipsis que había sacudido a
su planeta, me contesta: “demasiado ocupados para soñar, demasiado aburridos
para dejar de sumar” mientras lo repetía una y otra vez.