domingo, 1 de abril de 2012

El síndrome de Peter Pan

Lo perdí, me giré un instante y ya no estaba. A veces se iba y al rato volvía, pero esta vez no era lo mismo, podía sentirlo. Se había ido y me había dejado, sin una nota de despedida, de rescate o, quién sabe, de suicidio. Aflora en mí el instinto protector y pregunto por él en la casa. ¿Qué le habrá hecho salir de mi vida con esta facilidad?

Los juguetes que antaño me habían curtido en mil batallas ya no me responden, de un día para otro se han olvidado de su amado general. La cama no me acoge como antes, esta fría y áspera. De mi llanto, un grito de súplica, casi una petición de piedad, ruego a la almohada que me escuche, respondiéndome con frialdad que no podré lavarla con agua caliente. “¡Madre, donde se ha escondido!” le pregunto entre sollozos mientras me aparta con un palo para no dejar huellas. Después, señala con su brazo sentencioso a la calle.

Salgo a buscarlo fuera. Pregunto al cielo, pero Dios y yo habíamos aparcado nuestra relación porque no creemos en la existencia del otro. Las nubes no dibujan sus figuras, aquellos aviones, ballenas y ovejas que antaño perseguían al coche de mi padre; ahora lloran, a fin de camuflar mis lágrimas entre la multitud de gotas. Los árboles de hoja de sport, casual, tennis o baloncesto me hablan del mar, lo que me resultó en parte evidente, siempre le había encantado tumbarse en la arena y esperar que este día no llegaría.

Allí le encontré, llorando en la orilla ríos de barro. Tenía 17 años, pero aparentaba bajo aquellas lágrimas bastantes menos. Las gaviotas había empezado a devorarlo, pero ese no era su dolor, era algo peor que le impedía defenderse. Me acerqué a preguntarle:

-¿Qué haces aquí?, ¿Por qué me has abandonado?

-¿Yo?, ¡Tu eres el que no se acuerda de mi, llevo meses aquí alimentándome de tus recuerdos, y tú te das cuenta ahora de que falto en tu vida!

-¡Sin mí no eres nada y morirás!, tienes que volver a casa por favor.

- ¡Estúpido necio, cállate!, hemos pasado la infancia juntos y ya no te acuerdas de los momentos que hemos pasado. Hemos compartido los secretos de los que nadie ha oído hablar, de los que ninguna organización secreta podrá saber nunca nada, y ahora me abandonas por el mundo de los comunes, de los que son incapaces de sentir lo que no siente su semejante común. Eres tan detestable como el resto.

- Las personas cambiamos y debes entenderme Vélaz, en eso se basa la sociedad, en el desarrollo del individuo como persona dentro de un conjunto.

- ¿Y qué te aporta? Preocupaciones tan banales y absurdas como la vida misma, historias tan simples y grotescas como la sexualidad adolescente americana. Hambre, guerra, epidemias, crisis global… Me has perdido, como tu jovialidad y tus ganas de vivir. ¿De verdad crees que sin mi eres capaz de sobrevivir?, sin una parte de mí no eres nada más que una copia de la copia del trabajo de copias de la oficina central de estadísticas del Estado. Por más que crezcas, si te olvidas de tus orígenes, no eres nadie.

Tras esto, se levantó de golpe, respiró profundamente para intentar relajarse, y comenzó a andar hacia la orilla, con su paso característico de una mula de carga. Se perdía en la silueta de la luna, en una ebullición de burbujas que en un buen lugar hubiesen reflotado la Antártida. Pasaron los minutos y no salió. Vélaz no se entristeció, al revés, sereno, pensó para sí mismo: “Vélaz, te queda por aprender el punto 8.4.2 de las hojas de filosofía”.

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